jueves, 13 de octubre de 2011

El gran error de Europa

Llevamos meses sumergidos, incluso años, en los efectos de una crisis salvaje, quizás la mayor de las últimas décadas. Ni viejos ni jovenes recordamos una situación igual en la que quedara en evidencia la permeabilidad de las fronteras y la debilidades de nuestro tan admirado modelo capitalista occidental. Esta crisis nos ha pillado con los deberes por hacer, aun siendo predecible por la puesta en riesgo de nuestro modelo económico a costa de someterlo a desmanes públicos y privados, acometidos sin control ni previsión. Nos mató la fábula de la cigarra y la hormiga, aun conociendola desde pequeños.

Últimamente estamos cansados de oír hablar de la quiebra griega, la presión de la férrea Alemania y el ataque de los mercados. Parece que nos hablen de la n-ésima parte de la Guerra de las Galaxias. El ataque de los mercados. Esos entes sin rostro ni forma que tienen la capacidad de tumbar gobiernos, reventar la Bolsa, y ponder en cuadro a la Banca y al Estado, sea cual sea este último. Y todo por la pasta como único objetivo.

Hartos estamos de ver la lentitud, la duda constante y los tiras y aflojas de los distintos socios en la gobernanza política y económica de Europa. Ese ente abstracto que viene del inicio de los tiempos y cree ser el origen de todas las cosas. Ese pequeño continente ondee parece haber nacido todo y desde donde se creó todo lo que conocemos como mundo civilizado. Primer error. Europa no es el ombligo del mundo.

Durante siglos, y sobre todo en la Edad Moderna, Europa fue cuna e origen de grandes descubrimientos, Palimpsesto de antiguas culturas y propulsores de aventuras colonizadoras. Ningún territorio ha condensado tantas potencias enfrentadas, tantos conflictos mal resueltos, más cuitas religiosas, familiares y étnicas como la vieja Europa. Desde aquí partieron todos los barcos que pretendieron descubrir un mundo nuevo, en el que ni se creía ni que fuera redondo. Solamente empujados por la gran característica del europeo de la época. Codicia y poder. Esto nos dió fuerza para arrasar culturas y nuevos territorios y esquilmar materias primas y tesoros. Crear el mayor mercado de esclavos del mundo y esparcir odio y rencor por los continentes restantes. Nunca se nos ocurrió pensar que no éramos el centro del mundo si no solamente una parte más. Gran parte de la culpa de este furor vino propiciado por una iglesia politizada, ambiciosa y de tenebrosos intereses, fanática de la lucha contra el diferente, al cual le llamaba infiel, o indígena.


Nosotros mismos fuimos víctimas de nuestra propia codicia y ambición. Guerras, invasiones, conflictos etnias y nacionalistas, creación y destrucción de estados, han jalonado nuestra Historia hasta hace escasamente 15 años. La última gran guerra todavía no está ni resuelta y todavía humean ruinas en los Balcanes. Nunca ha existido la identidad europea como tal y quien la abandere miente como un bellaco. Nos miramos de reojo y siempre nos consideramos mejores que los del otro lado de la frontera.Segundo gran error. No somos europeos ni lo sentimos. No nos gusta serlo si no es para utilizarlo como reproche a los que provienen de otras potencias, emergentes o no, o de nuestras antiguas colonias.

Los esfuerzos políticos por alcanzar la unión política y económica, de la mano de unos pocos visionarios comprometidos con la causa, se han quedado en tibios acuerdos que no nos comprometen en exceso y nos garantiza no perder nuestro sacrosanto poder nacional. Ese que tantos problemas nos genera y que, sin duda, es un lastre peligroso en un futuro más o menos cercano. No existe voluntad política de una creación de una unión fuerte y real, en la que los estados actuales renuncien a competencias concretas y reales en los temas importantes, como economía, defensa, trabajo, educación.... Si realmente dejáramos de mirarnos al ombligo nacionalista, ya sea patrio o autonómico, para creer en una entidad supranacional fuerte y competitiva que nos garantice un barco solido y con recursos para navegar en las aguas turbulentas de la situación actual. Este es el tercer gran problema. La inexistencia de la identidad europea ni de la voluntad política para crear una unión real y solida.

Cierto es, que en estos tiempos de crisis, la altura de nuestros gobernantes, y no lo digo por la física del francés, si no por la política del resto, deja muchísimo que desear. La gran carencia de visión, la falta de generosidad, su incapacidad para generar un proyecto común y fuerte, su verdadera esclavitud al sillón que ocupan, les incapacita para ser los padres del proyecto europeo. Única tabla de salvación para este viejo continente que sigue viviendo de antiguos imperios y terciopelos ajados que adornaron nuestros talles y nuestros salones. En manos de estos incapaces, que en ningún momento han dejado de mirarse a su propio ombligo, dejando clara su condición de europeos de pro, difícilmente conseguiremos los cambios indispensables para poder recuperr un posición de liderazgo en este mundo globalizado y de cambios constantes. Un hueco propio por derecho e imprescindible entre las potencias existentes y las emergentes. Cuarto gran problema. Inexistencia de líderes carismáticos y de altura política y de visión supranacional.

En este escenario en el que nos encontramos, solo nos queda una salida, o incluso dos. La primer adoptar una nueva actitud de apertura de miras frente al proyecto europeo y sumar sinergías que nos permitan alcanzar criterios de competitividad y un nuevo renacer de Europa como potencia o una segunda que nos mantenga con la mirada fija en nuestros viejos logros que han hecho pelotilla en nuestro ombligo, mientras viajamos a Alemania, EEUU o Brasil como nuevos obreros emigrantes del siglo XXI. Si somos capaces de abstraernos y saltar fuerte hacia el cielo, tendremos otra visión de nuestro mundo.

Hace 600 años éramos musulmanes, hace 2000 romanos y hace más o menos un millón monos. ¿Por qué no vamos a ser europeos ahora?

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