viernes, 7 de octubre de 2011

El pañuelo palestino

Ahora que comienzan los fríos otoñales aparecen en los cuellos las primeras palestinas. Las hay de todos los colores, las hay de infinitos dibujos que han sustituido a la alambrada tradicional y al negro y blanco que hiciera icono de libertad Yasser Arafat. Raro es el diseñador que no ha hecho un guiño de rebeldía en sus colecciones millonarias. Toda pija que juega a ser femme fatale o malota tiene alguna en el armario para garantizar obtener ese chic urbano tan de moda en las aceras de las grandes metrópolis de la vieja Europa y en la misma NYC.

Pero detrás de ese entramado de dibujos y de flecos trenzados se esconden muchas más cosas. Casi todas más oscuras y tristes. Detrás se oculta uno de los conflictos más antiguos de la Historia. Judíos y palestinos. La misma tierra y dos, incluso tres, religiones en conflicto. Ricos contra pobres. Y todo un mundo dividido entre la justicia y el poder, que casi siempre caminan separados.

Los fuertes de esta historia son expertos en explotar su memoria de débiles y mártires, objetivo de todas las atrocidades del fascismo y de muchos movimientos xenófobos. Ellos, que como nadie llevan grabadas las huellas de la tragedia en su pueblo y en su sangre, carecen de equidad y de memoria a la hora de masacrar, confinar y demonizar al débil en este caso, el pueblo palestino.

Un mundo, con gran carga de culpabilidad por la tragedia, creó de la nada el nuevo estado de Israel para el eterno pueblo errante. Desde la época de los faraones vagan por los desiertos en busca de la tierra prometida. Siempre guiados por líderes carismáticos y belicosos. Incluso se le atribuye a Dios sus momentos más violentos en relación a este pueblo. Véanse las 7 plagas, la destrucción de las tablas de la ley o la venganza contra los egipcios al abrir los mares y sepultarlos en su persecución. Ellos siempre en el centro del huracán y carentes de memoria a la hora de aplastar a sus semejantes.

No contentos con los terrenos asignados y ayudados de su gran capacidad para la guerra y el apoyo de los lobbies semitas de todo el mundo decidieron ensanchar fronteras sin permiso previo y por la fuerza de las armas. Arrasaron territorios, conquistaron países, masacraron pueblos con la misma impunidad que habían sufrido algunas décadas antes ellos mismos. E hicieron grande su patria y conquistaron su capital anhelada, Jerusalén. Ciudad santa para todas las grandes religiones de esta encrucijada.

Entonces los débiles, abandonados por las grandes potencias, las cuales tienen sus economías en manos de los lobbies judíos, se entregaron al lado oscuro. Cayeron en manos del radicalismo islámico y recibieron el apoyo del mundo árabe, sufridor en sus carnes de los desmanes israelíes. Convirtieron el terrorismo en una forma de lucha contra el estado opresor e omnipotente que dejaba caer su potente brazo armado sobre población civil, milicianos y amigos incondicionales. Y el odio se convirtió en pan nuestro de cada día en ese caldo de cultivo que son los radicalismos religiosos. Nunca es justificable el uso de la violencia, nunca, pero a veces es comprensible.

Mientras tanto, el supuesto mundo civilizado, autor de la estúpida maniobra, mal resuelta e inconclusa, de la creación del estado de Israel en compensación al holocausto, mira hacia otro lado escondiendose entre prohibitivos pañuelos de seda de Hermés y Dior. Mientras tanto, todo un pueblo enjugaba sus lagrimas y destilaba cada vez más odio bajo el algodón de su palestina blanca y negra.

Nadie pone en duda el derecho del pueblo de Israel a existir y crecer como tal. Al igual que nadie debería hacerlo con el derecho del pueblo de Palestina. Y tras años de terrorismo, ocupaciones ilegales, asentamientos provocadores, conductas racistas y muerte, mucha muerte y dolor, seguimos en el mismo punto por culpa de los culpables iniciales. Una comunidad internacional, incapaz de superar presiones económicas y fácticas, de aplicar la justicia salomónica, de la cual tanto tendrían que conocer los israelitas.

Nadie puede negar el derecho de los palestinos ni el de los judíos. Nadie puede obviar la necesidad de este mundo en crisis de calmar el polvorín de Oriente medio. Nadie debe esconder sus mala conciencia detrás de una palestina de calaveras de colores mientras pasea por Times Square. Todos tenemos responsabilidad en este conflicto y es responsabilidad de todos presionar para resolverlo y conseguir un mundo mejor, más justo y en paz. Y no lo conseguiremos adquiriendo uno de estos pañuelos de tendencia en una macro cadena de moda. El problema del pañuelo palestino es más complejo que un ticket de Zara.

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