martes, 18 de octubre de 2011

La hora vasca

En estos días de Conferencia en Donosti se cuela por todas las ranuras de la actualidad el problema vasco. Y sí, no tengo ningún problema en calificarlo de problema, incluso de conflicto. Sí, de conflicto, puesto que es una situación que divide de una manera traumática y dolorosa a un pueblo, el vasco. Evidentemente, es fácil en este caso, saber de buenos y malos, aunque después de 50 años es, en ocasiones, difícil definir blanco y negro en esta historia.

La actividad de ETA, como grupo terrorista, comienza en la época franquista, en el último tercio de la dictadura. Cierto es que no es en este momento cuando comienzan los movimientos nacionalistas en el seno de la sociedad vasca. Desde principios del siglo XX se estructuran estos movimientos, apareciendo los primeros partidos políticos de carácter nacionalista, incluso independentista. Al igual que en la sociedad catalana, el hecho vasco no es un fenómeno que nazca de repente como reacción a la dictadura franquista. La identidad de los dos pueblos es innegable desde el punto de vista histórico, cultural, lingüístico y, en ocasiones, político. Cierto es que los caminos elegidos para su reivindicación no han sido los mismo, quizá tampoco lo fue el hecho represivo en los dos territorios en los tiempos posteriores a la guerra civil.

El terrorismo, en esencia, es repugnante por la disposición que hace de vidas humanas inocentes como vehículo de venganza o reivindicación política. También del deterioro y destrucción de patrimonio público y privado. La defensa de derechos e ideas no justifican la violencia como vehículo de expresión o herramienta de venganza frente al oponente, casi siempre en una posición de mayoría refrendada por las urnas. Aunque el germen provenga de un estado autoritario y dictatorial.

Partiendo de la base de lo injustificable del terrorismo, no es lo mismo los distintos conflictos terroristas que se desarrollan en el mundo, puesto que sus problemas parten de raíces distintas. Desde ocupaciones territoriales discutibles hasta guerras encubiertas entre pueblos de distinta tenis, incluso religión. En el caso vasco, el fenómeno terrorista desarrolla casi toda su actividad en un régimen democrático. Sus actuaciones no van acompañadas de un componente de liberación de un régimen opresor, si no de no aceptación de la soberanía popular y del juego político al cual se podría haber integrego el movimiento de liberación vasco, combatiendo con las armas con las que se defienden el resto de las opciones políticas. Las ideas y la palabra.


Ellos eligieron no adoptar este cambio en el momento que tocaba, aunque jugaron durante años al despiste mediante el brazo político del movimiento, en sus distintas denominaciones. Se convirtieron en la parte autoritaria del conflicto intentando imponer mediante el miedo, la muerte y la extorsión su visión política y su proyecto nacional. Cierto es que este movimiento tiene un apoyo social en ningún modo desdeñable y que no son pocos los que comporten sus tesis políticas, aunque todos no comparten sus métodos, delictivos e ilegales a todas luces.

Durante estas décadas la brecha en el pueblo vasco se ha hecho casi insalvable. Casi mil muertos sobre la mesa son difíciles de olvidar y de perdonar. Los partidos de carácter españolita han sufrido estoicamente en sus carnes y sus filas, el dolor de la muerte, la extorsión, el desprecio y el vacío social en muchos casos, por defender sus ideas y su visión de la realidad de Euskadi. Las posturas se han radicalizado, incluso durante años han sido insalvables, perdis fose la esperanza de una solución dialogada a este problema.

Pero todo tiene su límite, y el aguante de un pueblo callado y castigado durante años por ambos lados anunció su caducidad después de los hechos de Ermua. Se aumentó la presión policial sobre la banda a ambos lados de la frontera mientras las tesis radicales de ETA perdían apoyos entre sus seguidores. Se les acotaron las vías democráticas a quienes jugaban al doble juego de matar y votar. Y poco a poco se ha ido ahogando a la organización terrorista y su entorno. Por primera vez se intuye la luz al final del túnel. Pero este es el momento más difícil de este conflicto. Ante la posibilidad de la rendición de la banda y el cese de la actividad armada, se necesita una altura política importante al otro lado y la generosidad de todo un pueblo para cerrar la grieta de dolor que atraviesa los territorios vascos, y en mucho casos España entera, que ha sufrido en muchos casos los latigazos terribles de los atentados.

Me asalta la duda de la capacidad de muchos de nuestros políticos para llevar a buen termino esta situación. No solo se puede pensar en estos momentos en réditos electorales y arengas de cara a la galería. Se espera de ellos la grandeza de los estadistas de verdad. Visión de futuro y la consecución de una solución que equilibre las voluntades del pueblo vasco y no de sus intereses partidarios. Ahora es el momento del pueblo vasco, nunca h estado más cerca la paz. Es la hora vasca y si en este momento no estamos a la altura posiblemente no haya reloj que la vuelva a marcar.

Solamente pido, en mi modesta opinión, respeto a las leyes, a la voluntad de los vascos y al dolor de las víctimas, generosidad en el perdón y en los planteamientos del nuevo panorama social y político de Euskadi y esfuerzo hasta la extenuación por todas las partes por lanzar la paz. Este debe seres objetivo último de todas las acciones presentes y futuras.

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